De las catástrofes patrimoniales sufridas por esta ciudad a lo largo del tiempo una de las más terribles y obscenas sea, quizás, la destrucción de la presunta judería granadina. Y decimos presunta con todo el desconocimiento de causa, valga la contradicción, pues a estas alturas no podemos sino decir que no existe; que no ha quedado nada, que el furor u odio contra este pueblo y religión han sido tan implacables a lo largo del tiempo que no podemos mostrar ni un sólo vestigio por pequeño que sea de aquella comunidad y de sus lares y objetos materiales visibles. Y sin embargo existió, fué próspera y en algún momento feliz si nos atenemos a las crónicas medievales y a los documentos históricos que asi lo acreditan.
Una y otra vez subimos las cuestas de la margen izquierda del río Darro hacia ese pintoresco barrio llamado del Mauror o la Antequeruela presumiendo de una localización sobre el papel que no se corresponde con la realidad material que encontramos porque lo que encontramos son las casas tradicionales de un barrio antiguo, ni siquiera medieval, cármenes de grandes dimensiones y algunas fachadas con escudos heráldicos castellanos, (muy pocas), miradores bellísimos, plazuelas dotadas de un encanto de postal. Es decir, no encontramos un ápice de realidad que nos lleve a deducir el registro o espacio de aquella población avecindada en Granada, bien conocida por sus artes, negocios y vitalidad.
Y es que desde el 31 de marzo de 1492 en que se firma el Decreto de Expulsión de los judíos precisamente en el Salón de Comares de la Alhambra, el empeño en desacreditar y someter al olvido metódico su influencia y destino ha sido ley llevada a rajatabla y si en su día hubo sinagogas, casas de rabinos, hospederías, comercios, oficios y familias grandes o pequeñas que habitaron aquel barrio hoy sólo podemos hablar de papeles y de recuerdos escritos, pero nada más. No es poco, pero insuficiente para ubicar este barrio histórico en el parcelario que le corresponde.
Ya el viajero árabe Al Razy, en su famosa crónica llamada “Crónica del moro Raxys” acuñó por escrito el nombre de la ciudad como Garnatha Al Yahud o ciudad de los judíos, donde se avecindaban un largo número de familias hebreas, (a corta distancia del resto de la población) dando más tarde nombre al Gárnata que olvida para siempre las otras denominaciones históricas, las “ilurco” íberas, el “Municipium Florentinum Iliberitanum” romano, o la “Ilíberis” musulmana reñida con la gran capital administrativa conocida por Madina Elvira. A ese importante caserío medieval protegido bajo las Torres Bermejas y la muralla Zirí le señala Al Razy la ubicación del contingente judío granadino.
Y sin embargo los documentos son tercos y no dejan de atestiguar su presencia e influencia desde los tiempos remotos de los romanos y luego de los visigodos y más tarde musulmanes y de los Ibn Tibón a Mosé Ibn Ezrá pasando por los Nagrela nada hace dudar de su persistencia en el tiempo y del vasto barrio en el que convivían y sobresalían algunos apellidos ilustres y gentes del común.
El profesor Jose Luis Serrano sitúa su presencia en España a partir de la destrucción del templo de Salomón por Vespasiano allá por el siglo 1: un contingente de esclavos hebreos son asignados a las tareas de bateo del río Genil o a la búsqueda de metales en el río y en las cercanías de esos montes auríferos conocidos como Cerros del Sol; y en esa ladera se asientan de tal forma y crecen, señala Serrano, que ya en el famoso Concilio de Elvira, (314) los obispos cristianos concluyen 4 famosos cánones limitando o prohibiendo las relaciones con esa comunidad competidora. Para entonces habría un puente en el Genil y una ciudad mixta partida por el Darro y unida por la prolongación de la Calle Elvira hasta Rodrigo del Campo en dirección norte-sur. En ese cruce de los dos ríos mayores de Granada se asientan hasta escalar vivienda a vivienda el monte Mauror; y cuando llegan las huestes de Tárik, el primer conquistador bereber que toma Elvira, a partir del 711, colaboran como en otras ciudades en el rápido cambio de mano de los visigodos a los nuevos ocupantes musulmanes.
Y si los visigodos fueron dañinos con los judíos las tornas cambian con los Ziríes, (1013) de los que se convierten en mano derecha, administradores y vehedores de un Reino recién fundado que aprovecha sus conocimientos y habilidades para mejor gobernar un territorio recibido como botín. El nombre de oro de esas fechas que sobrepasan el siglo Xl no son sino los judíos Nagrela y su parentela, y algunos más, con un único y brutal conflicto que desata el primer progromo contra ellos en la persona de Josep Nagrela, que es asesinado (1066) junto a varios cientos o miles de correligionarios en estas laderas del Mauror por incitación del cadí Isaak de Elvira usando de cabeza de turco al hijo del gran Visir y -Naguib- de los judíos, Samuel Ibn Nagrela. Huelga decir a estas alturas que nada se puede probar de una protoAlhambra protagonizada por los Nagrela y su famoso palacio en el entorno actual de la Alhambra, con la fuente de los leones incorporada al patio de lo que pudo ser su famoso palacio. Ninguna prueba material sostiene esa teoría tan apreciada y familiar en las investigaciones de José Luis Serrano: “La Alhambra de Salomón”.
Almorávides y almohades los sometieron después a vigilancia brutal, a conversiones forzosas y exacciones sin límite que fuerzan la diáspora y el exilio y un regreso suave durante el periodo nazarí como cambistas de frontera, comerciantes al mayor, agentes de la seda o cirujanos y médicos. Su ascendencia había sido grande, su riqueza mayor, y se habla aquí y allá, por desgracia sin aportación arqueológica, de un barrio cerrado, monocolor, cuando nada se puede probar de esa tipología de aljama con muralla cerrada propia.
Conjeturas y opiniones contrapuestas han desviado la investigación hasta nuestros días. Si entonces, como dicen los historiadores, la judería se inclinaba hasta el llano de la ciudad por la actual San Matías, si una parte de la Cuesta de Gomérez se unía al bajo Albaizín donde también había asentamientos de estas familias, todo queda al albur de las interpretaciones: Maeso, J. R. Ayaso y otros, nada más han podido añadir.
Tal fué el deseo destructor de los RR. Católicos contra ellos que echaron abajo casas, probablemente sinagogas y espacios privativos de judíos. Todo lo que hoy vemos convertido en monasterios (San Francisco Casa Grande,) Casa del Gran Capitán (Carmelitas Descalzas) o las Calzadas, todo fué enajenado y allanado para facilitar la instalación de los santuarios católicos. Sólo una excepción hemos hallado a tan contumaz expíritu de destrucción: media docena de azulejos que la Señora Zárate (calle Pavaneras, Galería Zidy Hyaya) mantiene en una pared de su patio señorial de cuando un antepasado suyo hizo arreglos del suelo y encontró entre escombros restos de arcos y estucos, azulejos y algunas otras prendas que ella califica de judaicas.
Las casas y propiedades particulares judías quedaron sometidas a donaciones y pagos en especie, así hasta que toda ascendencia judaica desapareciera para siempre con todos sus utensilios, objetos de culto, ropajes… y ellos mismos, casi todos los judíos granadinos, desaparecieran de la Sefarad del sudeste hacia la conversión o el exilio.
Un solo rastro persistente se repite en cierta familia muy católica pero inequívocamente de origen judío, tal como contaba hace tiempo el Padre Iniesta: cada vez que les nacía un varón inexorablemente lo circuncidaban para pasar en pocos días a confesarlo llenos de mala conciencia o falso arrepentimiento en los confesionarios de la Catedral.