EL MISTERIO DEL POZO AIRÓN. 

Tiene Granada una declarada fe por lo soterrado, lo telúrico, (y a veces también por lo celestial e incorpóreo), y de tal grado es su creencia en ello que es fácil inventar pasadizos, galerías y túneles secretos que como un gruyere oculto atravesaran el subsuelo de la capital. Y alguna lógica tiene esta afición a descubrir túneles y pasadizos, cuando no cuevas y zanjones, que iluminan la fantasía vernácula con una infinidad de tramoya moruna, intriga histórica o pasto para la cháchara. Aquí les traemos un curioso ejemplo histórico, bien documentado y preciso, que tomado en su punto exacto comienza de las manos de la Ciencia pero que acaba por desgracia en la frustración.

Y es que el llamado “conglomerado Alhambra” sobre el que se cimenta buena parte de la ciudad permite con relativa facilidad construir cuevas que se añaden a viviendas normalmente modestas. Galerías que comunican varias casas familiares y hacen buen apaño y mejor servicio y quien más quien menos, puesto a ampliar su casa siempre tiene a mano la socorrida capa geológica, seca y calcárea y de estabilidad modélica que con comedido esfuerzo amplía en unos metros el parcelario propio. Llegados a este punto, para hacer un listado o mapa de todo ello faltaría papel en el que enumerar las decenas de pasadizos, minas, galerías y cuevas que en la ciudad existen con mala o ninguna documentación; lo que aterroriza a nuestros amigos arqueólogos pero dan pábulo a una leyenda real, pues “haberlas haylas a montones” tal como cuenta Don Bruno Alcaraz Másats, que ya transitó algunas desde chiquitillo y donde no las hay se inventan, dicen los arqueólogos, a quienes se adivina un punto de desazón  puesto que se escapan de los saberes canónicos y cualquier tipo de a pié les puede dejar sentados en una conversación de bar.

Culminaría el listado informal en las conocidas “galerías subterráneas  de los Rodríguez Acosta” donde el pintor Jose María dió pábulo a su pasión desenfrenada y multiplicó por seis la mina originaria para convertir el subsuelo de sus jardines en el completo laberinto soterrado del fauno. Otro ejemplo ilustrativo al respecto serían las famosas cuevas de la Abadía del Sacromonte que el genio de Ambrosio de Vico retorció de unas modestas cárcavas de tesoros plúmbeos para crear un minisantuario a imagen y semejante de las catacumbas romanas; y así un larguísimo etcétera que un día continuaremos con luz y taquígrafos y la compañía amable del cita sabio.

Yo mismo puedo firmar haber transitado no menos de cien metros de la mina y túnel (juro que hay dos pasadizos paralelos) que comunica el aljibe de San Cristóbal con su partidor de la placita de los Mascarones, y quien más quien menos ha oído hablar del asunto y si no ha tirado del hilo ha sido por falta de tiempo o porque alguien se les adelantó o porque ese día se puso malo el niño…

Vayamos, pues, al caso.

“Como consecuencia de los terremotos del 1878 y por clamor popular se realizaron unas excavaciones de urgencia en la Placeta de la Cuna, en las inmediaciones de la Calle de Elvira. Se trataba de un lugar cargado de leyenda, que tradicionalmente se creía abierto en época musulmana con objeto de dar salida a los múltiples gases acumulados en el subsuelo granadino. A la apertura de un profundo pozo le siguieron la de otras tantas cuevas, zanjas y galerías abiertas con la misma finalidad. Pero los terremotos siguieron su ritmo loco y los inútiles intentos de aplacar sus efectos llevaron al Consistorio a reconsiderar la costosa inversión tuneladora solicitando previamente un dictamen sobre la eficacia de este tipo de acciones.

El encargado de emitir el dictamen fué el Censor (sic) Gutierre Vaca de Guzmán quien dejó escrito: Dictamen sobre la utilidad o inutilidad de la excavación  del Pozo Airón y nuevas aberturas de otros pozos, cuevas y zanjas para evitar los terremotos…que estas excavaciones no servirían para nada y mucho menos para prevenir los temblores de tierra. Añadía además que la ciudad estaba plagada de minas a través de las cuales los moros aseguraban su comunicación y huidas en los asedios de los enemigos y cuya entrada principal podría ser la del Pozo Airón, abierto en su momento para comunicar la Alhambra con la vega”. *

Ahora por un momento trasladémonos a la citada Plaza de la Cuna: lugar sin duda cargado de historia y de enigmas: la pendiente del suelo desde calle Arteaga se salva con unos pocos escalones, luego hace un giro en recodo hacia la izquierda a modo de adarve y finalmente se accede a una pequeña placeta donde en su día se situó  el torno de “La Casa Cuna”, escondido

hospicio para expósitos, frente por frente de las llamadas “Casas de la Inquisición”, sede de su fatídico tribunal y de sus terribles cárceles y despachos.

Sin duda el lugar requiere una atención importante porque aparte de los escombros del oculto pozo todos los inmuebles colindantes encierran en sus entrañas buena parte de la historia urbana más interesante de nuestra ciudad. Ya digo, queda ahí concentrada una fuerza telúrica imponderable: Inquisición, Hospicio, Gases. Y, en un descuido, terremotos.

Lo curioso, como puede apreciarse en la foto, es que queda ahí nítidamente marcada en el suelo la boca del  mentado pozo, el más famoso, y casi eterno eterno testigo de la volatinería fantástica de nuestra ciudad.

*Cita extraída del libro de:

E.Sánchez López. P. Marín. A.M. Gomez Román: “En torno a la Granada falsificada”.

Diputación de Granada.