CADÁVERES EXQUISITOS. 

Todas las ciudades atesoran y cobijan los restos óseos de sus héroes y heroínas, hombres o mujeres de fama que en tiempos pasados dejaron su huella en la ciudad por muchos o variados méritos que lucen las generaciones futuras como memoria de su pasado más egregio:

reyes, generales, sabios, hombres de bien, santos o anacoretas hacen brillar así el pasado de la ciudad y aportan un perfil indeleble al tiempo presente, por lo general, prosaico o acomodaticio, siempre “en teoría” con menos lustre que el que nos precedió.

Criptas, cenotafios, mausoleos, sarcófagos y enterramientos artísticos de toda laya codifican el honor acreditado  por aquellos, y los  panteones,  capillas reservadas, cuando no cementerios particulares, donde se les honra y protege como un bien incontestable, son motivo de cuidados y aún de veneración.

Sin embargo Granada, que hubo de acumular reyes, al menos los de dos dinastías completas con más de dos decenas de reales príncipes musulmanes, artistas en generaciones correlativas, capitanes de leyenda, y sujetos singulares dignos de ese fervor funerario ha cuidado muy mal de sus huesos, por no decir que no los ha cuidado nada,  salvo, eso sí,  la honrosa excepción de los de los RR. Católicos, su hija, su yerno, y un nietecito infante de nombre Miguel, dejando a la intemperie a los más, o a casi todos.

Aquí vamos a pasar revista a algunos de estos prohombres condenados al olvido sepulcral mientras sus nombres son declamados en las guías históricas de la ciudad sin que haya quedado alguna pizca material donde recordarlos y en algún caso rendirles honores.

Empezaremos por el Gran Capitán, cuyo monasterio de San Jerónimo se termina gracias a la cuantiosa inversión de su viuda para enterrarse en la cripta ante el altar. Aquí la responsabilidad atañe a los ocupantes franceses, que al parecer saquearon la cripta a conciencia y en lo que sabemos, esparcieron con saña los huesos por algún  descampado derrelicto de vaya Ud. a saber dónde. ¿Están vacíos los féretros de este matrimonio considerado la cima nobiliaria de la Granada cristiana?. Concluyamos que así es. Nadie adivina dónde fueron a parar.

El Arzobispo primero de la capital, fray Hernando de Talavera, no aparece tampoco en el sumario de celebridades. En una primera ocasión parece que se le enterró en la entonces catedral transitoria de Santa María de la O,  pero al erigirse el actual Sagrario  no volvemos a tener noticia cierta de este asunto, aunque alguien difunde que está en su Monasterio Jerónimo sin prueba alguna.(1)

De edad más joven y oficio diferente, Diego Siloé dejó una impronta imborrable en la ciudad. Terminó el templo de San Jerónimo, avanzó la cabecera, cimborrio, y torre de la Catedral, diseñó portadas parroquiales, imágenes y retablos modélicos que esparció por la provincia e inventó  precisamente la magna catedral como panteón para la dinastía carolingia. Puso casa propia entre la calle de Elvira y Gran Vía y se hizo enterrar en la iglesia de Santiago. Pues bien, aquí la cripta desapareció bajo el suelo de una capilla (y la sacristía) y ya no quedan huellas ni de cripta ni de huesos ni de la casa siquiera de aquel insigne artista del renacimiento.

Lucio Marineo Sículo,  el gran maestro latinista  y tutor de los Tendilla -Mondéjar, murió el año en que el Emperador residió en Granada, el 1526,  y aquí se hizo enterrar con presencia de Carlos V y de su bella esposa Isabel en lugar aún por determinar. Lucio Marineo que tan buenos servicios rindió a la Corona se perdió en el limbo del olvido sin mínima disculpa. No así, la Emperatriz Isabel de Portugal  que recorrió media España entre lluvias y hielos  para recibir descanso eterno y sepultura en la Capilla Real, y cuyo hijo Felipe ll la obligó sin compasión a hacer el  camino de vuelta dos décadas más tarde, junto a su primera esposa, hasta el Escorial.

En Santa Ana se hizo enterrar Juan Latino, o Juan el Negro, esclavo de los Fdez de Córdoba, luego paje y finalmente latinista fundado y catedrático de la Universidad, hombre distinguido por sus dotes literarias, diplomáticas y hasta musicales. En vida contó con fama inconmensurable que no pasó de largo el mismísimo Cervantes y que a día de hoy se ha volatilizado junto a sus artistas convecinos de cripta, los imagineros Risueño o Pablo de Rojas, hoy también ilustres desaparecidos al rellenarse de escombros la cripta donde reposaban.

Quizá de la saga nobiliaria de más fuste podemos citar a los Granada Venegas, musulmanes cristianizados que invirtieron un pastizal en la capilla catedralicia injertada provisionalmente en la vieja Aljama musulmana entretanto se llevaba a puerto la magna catedral de Siloé. Aun costeando el traslado de una a otra catedral y -pleitear por ello- perdieron en sentencia y perdieron el juicio con la historia por “desaparición” pues no se hizo traslado de capillas sino extinción de derechos y en el Sagrario solo se mantuvo la capilla de los Pérez del Pulgar.

Otro tanto se podría decir de los genoveses Spínola, Centurione, Lomellino, que compraron capillas y sepulturas y en la erección de la nueva parroquial del Sagrario, siglo XVll,  se perdieron en la imposible mudanza sus capillas y enterramientos.

Los Mondéjar ocuparon durante decenios las capillas de San Francisco de la Alhambra, al realizarse los traslados de los restos de los Reyes Católicos…¿Dónde están ahora? ¿Se los llevaron sus herederos y familiares allende las provincias de sus feudos?. Se les acomodó en el cementerio de Sta Ma. De la Alhambra, o acaso sus restos salieron de la ciudad?  Nada sabemos al respecto.

En la iglesia del Salvador debió enterrarse el poeta barroco Soto de Rojas, pero ningún documento lo acredita; quizá las malas relaciones de los canónigos de la Colegiata, de la que era miembro Soto, le recomendaron poner tierra por medio y alejarse de aquella embrollada riña de gatos a algún cerrado jardín inviolable.

Caso paradigmático es el del Padre Suárez, al parecer su familia costeaba capilla en Granada, pero los avatares de su propia jerarquía dentro de la orden jesuita lo mandaron tan lejos que nadie a día de hoy ha de buscarlo en otro lugar que no sea  Lisboa, iglesia de San Roque, Bairro Alto, a donde huyó después de agrias polémicas con el dominico P. Avendaño. En Lisboa quedó también el cuerpo de Fray Luis de Granada, el más famoso predicador de la época, estragado por la persecución de la Inquisición. Allí murió en olor de santidad dicen las crónicas, quebrada en los protocolos primeros, según información no desmentida,  por encontrarse su cuerpo contrahecho y las uñas sobre el rostro,  como si hubiera sido enterrado aún con vida.

¿Y qué decir de Alonso Cano?. El ilustre racionero y monumental artista consta como enterrado en la cripta de la Catedral en placa acreditativa al respecto en el muro interior de la fachada principal…¿Está ahí?. Desde luego que no. Ni el más mínimo indicio consta de que así sea. Sus huesos se exhumaron, o se esfumaron,  cuando hicieron falta nuevos nichos para el crecido cabildo catedralicio y probablemente éstos  determinaron arrojarlos al osario común situado en la Capilla de Santa Ana detrás del altar Mayor, por pecador y deslenguado.

Esta parece ser la regla general habida en la ciudad con los antepasados más reconocidos, cuanto más con la gente del común, al que nunca se le mete en estos predios. Aprovechen pues el momento y contemplen en el cementerio de San José el caudal de exhumaciones o desahucios que se avecinan.  ¿Centenares, miles?. Pues entre ellos bien consta haberlos de olvidados méritos y generosas prendas, como José Reina Rivas, albañil de profesión y libertario de ideas que recibió el primer y único nombramiento de “Alumno Honoris Causa” de la Universidad granadina y aún del mundo y así reza en una cartela en el mismísimo zaguán de la Facultad de Derecho.

Aunque claro, toda regla tiene su desmentido.

De este legado vacío y tan sin hueso sólo se ha salvado misteriosamente la heroína liberal Mariana Pineda, bien que estuvo a punto de caer en la fosa común del horrible cementerio de Armengol, pero la existencia de ricos ropajes en su féretro la rescató de la fosa común cuando se desmanteló aquel horrendo cementerio donde los perros desenterraban canillas o acarreaban miembros humanos descompuestos. Los huesos de Mariana, en un arcón, fueron a parar al salón de plenos municipal en la Plaza del Carmen desde donde se le buscó más tarde acomodo en la cripta catedralicia. Y ahí reposan en antesala propia. El capuchino limosnero  Fray Leopoldo, o San Juan de Dios, el sanitario febril… tuvieron la fortuna de Mariana en iglesias de su orden gastando a todo trapo lo que ellos escatimaron  en vida: honores y oropeles.

Y no mucho más, aunque rastreando la ciudad -y aún la Catedral, hemos encontrado inesperadas sorpresas: por ejemplo, la presencia del Duque de San Pedro de Galatino, enterrado en la capilla de Ntra. Sra. De la Antigua, en lugar de privilegio, tal que difunto medieval de allende los siglos y bien es sabido que llevó vida moderna, de viajes, ruletas, cacerías y hasta duelos. Pero sus buenos doblones debió costarle las costas del famoso baldaquino de plata que luce la capilla mayor donde la cercanía promete un mejor auxilio de dones divinos después de tan generosa inversión para su alma.

Añadiremos la suerte de  un loco bondadoso y por demás sufrido: el malogrado Angel Ganivet, ahogado en “suicidio involuntario” tras dos intentonas en las aguas del Dwina y trasladado con mucho empeño veintisiete años después a su patria chica. Por cierto, descansa en tumba tan humilde que aún buscándola con intención se tarda en dar con ella, en el patio de hombres célebres del cementerio de San José. Porque cierto es, que tan famoso patio de Hombres célebres lo es más bien de Hombres Ricos.

El listado sería largo y prolijo y continuaremos con él en otro momento. Sirvan estos apuntes como botones de muestra, que hasta llegar al ya ininteligible caso Lorca podríamos llenar un libro.  Igual sería el de otros miles de criaturas que el tiempo ha hecho morir dos veces al hacerse imposible su rememoración o su recuerdo ahí donde se le dio la última despedida o se produjo su muerte.  (Si María José Martín, con sus últimas investigaciones, no lo remedia).