Tras el éxito e influencia de los Cuentos de la Alhambra, de W. Irving, una pléyade de escritores, pintores, artistas en general toman Granada como un referente viajero y emocional y en plena eclosión romántica ponen sus ojos en la ciudad europea más oriental y exótica del momento. Su doloroso pasado musulmán, sus bravos paisajes y sus valiosos monumentos, testigos de una historia de víctima de la prepotencia cristiana, iluminan sus imaginarios con estampas indelebles de sentimientos y pasiones palpitantes. Richard Ford, Maupasant, Towshend, Teophile Gautier, Prosper Merimée… y otras decenas de celebridades del momento atravesarán los tortuosos caminos de la época recibiendo bautismos de fuego a manos de bandoleros y contrabandistas y sus huesos hollarán las viejas ventas dejándonos un valioso testimonio de la época y de sus incontables miserias y encantos, bien que moldeados según sus desvaríos e intenciones.
Uno de ellos será Dumas, Don Alejandro, hijo de noble parisino y esclava dominicana, que no perderá ocasión de vivificar él mismo el poso de leyendas y exajeraciones que tanto han pesado después en los arquetipos y prejuicios esparcidos por sus países sobre el ser y no ser de la España profunda. Aunque Dumas, que viene con séquito de enjundia: su hijo Alejandro,(autor de la Dama de las Camelias), un pintor-grabador, un fotógrafo, y el inefable Maquet, conocido como “el negro de Dumas”, -al que se une otro artista domiciliado ya en la capital-, será sin duda el más expansivo de todos ellos por su carácter extrovertido y autosuficiente y sus nunca ocultas intenciones de disfrutar de una aventura a cualquier precio para sumarla a sus más de 400 obras de ficción novelesca, 35 dramas y un número ilimitado de relatos biográficos o de viajes que le hacen el Titán de la época .
“Impresiones de Viaje. De Paris a Cadiz”, recogerá un cúmulo inegualable de aventuras y excesos -del norte al sur peninsular- como las que vivió en Granada.
Ya de primera hora, desde París, Dumas encarga de oficio la simulación de un ataque bandolero en Despeñaperros -para lo cual envía un giro de mil francos- al que el intérprete-bandido de ocasión responderá con un lacónico telegrama, “ que no será posible por tener ya contratado el servicio el mismo día”. Asunto que no le impide quedarse con los mil francos, como consta en el recibo conservado en el Museo de la Sorbona.
Su llegada a Granada será tan sonada como los acontecimientos de los que será víctima involuntaria, junto a su séquito, sin que ello en ningún caso merme los encendidos elogios que dedica a la ciudad y sus monumentos que con su desparpajo habitual quedarán escritos en el libro antes citado.
El extraordinario Dumas no necesitó de grandes conocimientos históricos ni literarios para escribir estos textos: su soltura e imaginación iban muy por delante del rigor histórico. Así los cuatro días pasados en Granada fueron suficientes para hacer una semblanza novelesca medievalizante y en extremo laudatoria para ciudad a la que compara a la joven doncella tendida al sol agasajada por propios y extraños, lánguida en la exposición de sus muchos atractivos moros…a pesar de que casi le rompen la crisma y a su hijo le saltan un ojo. Pero Dumas, Don Alejandro, era mucho Dumas: 1.90 ms. de estatura, ancho, fuerte, con hombros de pesador de grano, cara grandota y redonda de mulato bien criado…y por supuesto, un hombre de armas tomar, como se verá más adelante.
Alejandro David de la Pailleterie Dumas nació en Villers-Cauterets (Aisne) el 24 de julio de 1802, fué secretario del Duque de Orleans, estuvo en las barricadas de la revolución de 1830, soportó el cólera, viajó por todo el mundo, al que regaló obras imperecederas como los “ Tres Mosqueteros” o “El Conde de Montecristo”. La excusa del viaje fué la asistencia a la boda del Duque de Montpensier con la hermana de Isabel ll y bien que aprovechó la boda y el viaje para pasarlo a lo grande.
A Granada llegaron al amanecer del 27 de octubre de 1846. Llega con tres maletas con trajes blancos, pistolas, carabinas, y cuchillos de caza. Se alojarán en la pensión Pepino, de la calle del Silencio. Una hora después reciben una Delegacion de Notables y redactores de la revista Capricho que le hacen entrega de un álbum de versos, a los que corresponde solícito con unos ripios de ocasión; después emprenden una visita por la ciudad que les llevara a la Casa del Conde de Ahumada y la de su compatriota el pintor Coutourier; entre agasajos, comidas y paseos se les fué el primer día.
Apasionado narrador y uno de los primeros extranjeros que se entusiasmaron con los toros, las majas, e incluso el flamenco, tuvo tiempo para todo. Debió de ponerse (su negro Maquet) inmediatamente a la pluma porque en cuatro días de estancia dejará casi ochenta hojas manuscritas para la posteridad, escritas en lenguaje espistolar a una desconocida mujer, llenos de datos y observaciones a veces agudas y otras sin duda sonrojantes.
El 28 de octubre visitará El Generalife, haciendo antes parada en el Carmen de los Siete Suelos en el que almuerzan y asisten a una fiesta flamenca improvisada. Después, la Alhambra, y vuelven al Carmen de los Siete Suelos, donde les tienen preparada una fiesta gitana y antes de que acabe el día acuden a las cuevas del Sacromonte. Por la noche asistirán al teatro y a una fiesta particular, antes de volver a su pensión de El Pepino.
El 29 de octubre se levantan a las 7 de la mañana y visitan nuevamente el Generalife y la Alhambra, con parada obligada en la pensión de los Siete Suelos; a media mañana están en la casa de Couturier, en la Plaza de Cuchilleros, donde habían quedado con los gitanos de la zambra de los Siete Suelos para hacerles unos retratos y fotografiarlos. Y es aquí, enla Plaza de Cuchilleros donde se producirá el glorioso lance bélico del que serán víctimas involuntarias y gloriosos vencedores los Dumas, tras una tremenda trifulca, “arreglada a la diabla”, tal como cuenta el propio D. Alejandro.
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Y es que cuando están en la terraza del caserón donde han sido invitados, desde un terrado o azotea cercana comienzan a recibir una lluvia de pedradas, una de las cuales impacta en pleno rostro de Dumas, hijo, que sale en persecución de los agresores escaleras abajo hasta la casa frontera, que es la del casa del famoso restaurador Contreras, consiguiendo apresar a tres gamberros, parece que mozalbetes, en el granero del desván. Y así lo cuenta Dumas, (perdón, Maquet, su negro, que no ahorra un detalle):
“Dos de ellos se habían armado con sillas y el otro blandía una fina lima y aguda como un puñal. ¡ay¡ señora, usted sabe, como todos los que me conocen, que estoy dotado de una cierta fuerza muscular. Este don tan precioso en las naciones primitivas que tenían monstruos a quienes derribar, es algunas veces una peligrosa facultad en las naciones civilizadas, que deben proceder según dictados de madame Justicia…Agarré a aquellos dos hombres, el de la lima y el de la silla por el cuello, y apreté. Según parece apreté con cierta fuerza porque al uno se le cayó la lima y al otro la silla. Mientras tanto Alejandro hincaba su rosilla en el pecho del tercer enemigo….A la puerta dela casa una vieja gritaba con toda la fuerza de sus pulmones por la muerte del asesino, alarmando a toda la población, que comenzaba a afluir a la plaza”…
Como suele suceder en estos casos la puerta se llena de curiosos que les impiden salir hasta bien pasadas unas horas. El tumulto les entretiene el resto de la tarde y el Corregidor enterado del caso acude al lugar de los hechos, rodeado ya el entorno de una multitud de expectadores atentos al suceso. El Corregidor arguye en su defensa el haber sido ellos primeramente objeto de una agresión, pero mantiene el cargo de allanamiento de “Una morada tranquila”. Llegan más escribanos y funcionarios de justicia pretendiendo ostaculizar la partida de Granada hasta que no se sustancie la causa.
Mucha astucia han de emplear los Dumas para abandonar Granada, pero haciendo gala de una mas que asimilada picaresca indígena engañan a los funcionarios y emprenden la huida de madrugada, con nocturnidad y alevosía.
En cuatro días escasos Dumas escribió casi ochenta páginas. Asistió a dos zambras, una fiesta improvisada, dos obras de teatro, recibió dos comisiones de notables y la visita del Jefe de la Policía y escribanos, fue agasajado, interrogado, retenido y a punto de dar con sus huesos en el calabozo Dumas dejó escrito:.
“Piense Ud. señora, que Granada es el país más bello del mundo; piense que se aspira durante el día todos los perfumes que el sol roba al toronjil, a la violeta, a la rosa y a los jazmines siempre verdes y floridos, y durante la noche todo lo que un cielo azul constelado de millones de estrellas puede emanar frescor sobre la tierra”…
“La verdad, señora, empiezo a pensar que hay un placer todavía mayor que el de ver Granada. Y es… el de volverla a ver”.
Nadie da más por menos.
Fuente: “Cuatro días en la Granada de 1846”, Alejandro Dumas.
Ayto. de Granada. Fundación Caja de Granada.