IBN AL JATIB, FULGOR Y CAÍDA DE UN ASTRO GRANADINO.
De todos los personajes carismáticos y sin duda excepcionales que podemos reunir en una gavilla de escogidos del último periodo nazarí, tendría Ibn Al Jatib un espacio preeminente y exclusivo por su singularidad y talentos diversos. Todos en grado sumo. Su biografía retrata a un personaje inagotable involucrado en todos los asuntos relevantes de la época y su obra es un magma de tal dimensión que anonada a los que en afán de comprensión se acercan a la obra y al personaje.
Lejos de este artículo querer abarcar el mar sin orillas de este sabio y estadista, investigador o poeta, pero al menos vamos a situar su estela en los límites donde el desconocimiento o la desidia lo han colocado ante nosotros. A estas alturas aún puede sorprendernos el inexplicable olvido de este granadino de Loja, capaz de llenar de conocimientos y avances no sólo su siglo, el catorce, sino llegar a nuestros días con sobrada luz para hacerlo interesante. Aunque para su desgracia cayó en el lado malo, en el de los derrotados, y sus inmensas aportaciones se las haya llevado el viento allá donde hayan podido germinar como flores de un jardín desconocido entre eruditos y lectores. Sea el mar del otro lado del mediterráneo o los investigadores concienzudos, nosotros vamos a intentar una breve sinopsis que ponga ante nuestros ojos el tamaño de este gigante granadino.
De su biografía podemos decir que lo fue todo en el sultanato nazarí, empezando desde abajo con una preparación solvente y bien estimulada por su padre, funcionario de la Corte. Que en gradual empeño, primero desde la secretaría de escritos, y luego con la ayuda de su maestro Ibn Al Yayya, será ascendido al visirato en el periodo de Yusuf l, y, a la sombra del poderoso Ridwan, hacer méritos bastantes para mantenerse y esperar una oportunidad aún más tentadora, que llegará. Sus maestros serán el propio Ibn Al Yayya, Ibn Marduk, o el místico sufí Belifiki de Almería -y otros más- y si su formación fue densa no menos profunda fue su inmersión en las cuestiones de palacio donde su sentido político fue descollando en múltiples habilidades y saberes de jurisprudencia, teología, medicina, música, ciencias naturales, farmacopea, o filosofía e historia… bien aprovechadas por Yusuf l, que le hace ministro y acompañante de confianza en una supervisión a las fronteras y fortificaciones orientales que serán luego materia de un estupendo relato, casi un libro de etnología y viajes. Y por supuesto en las artes del gobierno y la administración estatal aprenderá pronto y bien a manejarse entre el susurro y la Autoridad hasta hacerse más tarde imprescindible.
Si durante el reinado de Yusuf l será un nombre importante, con Muhammad V llegará al apogeo del poder que pronto habrá de llevar personalmente con mano firme y pragmatismo calculado mientras el monarca relaja su atención en su singular empeño constructivo, el mayor y más emblemático de la dinastía.
Al Jatib es desde luego un hombre multipolar pues mientras ejerce el gobierno se reserva tiempo para sus estudios y escritos, a tal punto que podríamos sintonizar sus saberes con los inicios del renacimiento europeo y sus inquietudes intelectuales muy cercanas a aquel. Un recorrido por su biografía nos llevaría a importantes tareas de canciller, a una obra escrita amplísima o a ejemplos de su dúctil manera de amalgamar conocimientos en más de sesenta obras hechas a la par que monopoliza el poder. Su famosa embajada ante el sultán mariní Abú Inán, al que recita un poema de salutación, tan bello y elogioso que consigue el objetivo de su embajada -de entrada y sin más protocolos-, es un buen ejemplo de su arte poética y de su capacidad de persuasión. Al Jatib volvió a Granada con la gestión cumplida y con las manos llenas tan solo con mostrar su genio.
La muerte de su protector Ibn Yayya y el ascenso al trono de Muhammad V le llevarán al último escalón político como Hayib o Visir del Sultán para regir en la sombra los destinos de un reino que sobrevive en mitad de una vaporosa inestabilidad a las contradicciones internas y al ataque de los colosos reinos cristianos.
Una vida sin descanso, señalan sus biógrafos: “Al Khatib, el predicador”, el de los dos visiratos, pues Muhammad V le entrega también el mando del ejército, …el de las dos vidas, el de las dos muertes. Siempre en el centro de las grandes decisiones que tras la recuperación del trono -con ayuda de Pedro l- y cruento golpe de Abu Said, Muhammad V le señala. Y Así podemos encomiar cómo afronta los episodios de peste que azotan Europa pero que en el Reino granadino, gracias a sus conocimientos, no serán tan letales porque impone “la cuarentena” o las quemas de ropajes y sábanas y consigue que aquella mortandad no ascienda a cotas imparables desde el origen de la infección costera al centro del Reino.
*Desde el 1313, fecha de nacimiento, hasta su dramático final en 1374, Al Jatib jamás descansó. Su insomnio crónico le mantenía activo estirando las horas de vigilia hasta la madrugada. Era un hombre con dos vidas. Es previsible que su ánimo se resarciera de los estragos burocráticos con una dedicación intensa a la escritura y la reflexión o la poesía, sólo así es pensable la dilatada empresa de escritura perfeccionista y ambiciosa que abarca todos los campos posibles del saber humano de la época.
Ninguna descripción nos ha quedado de su perfil físico pero sin duda debía ser un hombre sólido y resistente al esfuerzo no sólo físico sino muy en particular al sicológico, habida cuenta de las zancadillas en la corte, las murmuraciones y envidias, las rencillas inagotables en la endogámica corte nazarí. En mitad de ese piélago oscuro flotó siempre -contra o a favor de corriente- como un precoz y asentado Maquiavelo.
Le toca Sufrir en directo el destronamiento de Muhammad V, en 1359, en noche aciaga que acaba con la vida de su hayib, Ridwan -y toda su familia- en un brutal baño de sangre del que se salva el sultán milagrosamente por un oportuno cambio de estancia de sus palacios alhambreños a los del Generalife. El Sultán se salva del complot instigado por su hermanastro Ismail ll, aunque el hombre fuerte es un cuñado de éste que pasará a la historia con el nombre de Abu Said, (el rey Bermejo, Muhammad Vl), rey infausto y con poco juicio que acabará muriendo a manos de Pedro l, aliado de Muhammad V (y amigo de Al Jatib) que lo matará en los sevillanos Campos de Tablada. Al Jatib es hecho preso y sus propiedades son confiscadas pero las gestiones del sultán mariní lo liberarán pronto y se exiliará a Marruecos donde coincidirá con Muhammad V en su etapa de exilio, aunque, -extrañamente- haciendo vida aparte en Salé. Etapa de la que nos dejará un precioso libro de viaje por aquellas alcazabas y poblaciones hasta Agmat e Intata donde buceará en la historia de aquellos territorios y personajes ligados históricamente al devenir de Al Alándalus. Este periplo también merecerá un interesante libro de viajes y observaciones que afortunadamente ha llegado a nosotros.
La línea ascendente de su poder tocará techo en el cénit de Muhammad V. Casi dos décadas en el vértice de la pirámide, el cansancio o el hastío de la vida de la corte y sus pesadas cargas le pasarán factura. Es la última experiencia del desgaste del poder que ha suscitado enemigos diversos, calumnias y críticas implacables y calcula la posibilidad de dimitir. El sultán no le concede la deferencia del descanso y Al Jatib comienza a acariciar la idea de la huida, imbuído quizá de un pensamiento ascético y místico que ha llevado siempre in pectore, aunque dudosamente practicado si se echa cuentas de sus inmensas propiedades y sobre el que ha publicado un texto importante de sobra conocido por sus enemigos que suman a los menosprecios, burlas o desacatos del poderoso Visir.
El miedo y la urgencia le hace buscar una excusa o estratagema para huir: visitará las fortificaciones del Sur, para ponerse a tiro de Africa, su territorio, cree, de promisión donde conserva amigos importantes y la protección del sultán mariní. De forma calculada y sin dar explicación en palacio se embarca y huye, supuestamente para cumplir su deseo de peregrinación a la Meca. Pero no llegará nunca a ese destino formulado, son otros los propósitos del omnipotente Visir.
Se establece en Tremecén, junto a la corte de su protector al que postula sus servicios. Son tres años de corrección de escritos, de viajes, de depuración de sus tomos religiosos y de nuevos proyectos intelectuales y quizá de autoprotección ante la larga mano de la corte nazarí. Seguirá al sultán hasta Fez donde compra solares y construye residencias en las que alojará a su familia que no sin dificultades salen de Granada a su encuentro.
Pero el daño está hecho: en la corte granadina se ha decidido perseguirle y traerle a juicio desde Fez. Son tres las acusaciones que le reclaman y las tres muy graves: Disparidad en las cuentas del Tesoro: había acumulado un inmenso patrimonio. Espionaje a favor de otro reino; y la más grave: herejía religiosa por sus escritos sufíes. Su protector niega la extradición y les responde a los granadinos: -“si fue ahí donde se desataron sus errores y erais conocedores de ellos, ¿por qué no lo detuvisteis vosotros mismos?
Para desgracia de Al Jatib, su protector muere. Su heredero no tiene mayor vínculo con el exiliado y su Visir es un declarado enemigo de Al Jatib, con el que tiene una cuenta pendiente desde sus tiempos de hayib nazarí que no dudará en cobrarse. Una venganza que caerá sobre Al Jatib como la premonición de su muerte cuando es detenido, encarcelado y maltratado y llega el sanedrín nazarí, enviado por su antiguo amigo Muhammad V, para juzgarlo y condenarlo. Aún tuvo tiempo de escribir este elegíaco y doloroso poema de despedida toda vez que la muerte estaba cerca…
Di a mis amigos: ¡Al Jatib ha partido¡
¡Ya no existe¡
¿Y quién es el que no ha de morir?
Di a los que se regocijan de ello:
¡Alegraos si sois inmortales¡.
Perdida su baraka, su fortuna, el comité granadino, encabezado por su discípulo Ibn Zamrack, y el Cadí Ibn Habunaby lo condenan a la pena de muerte. Esa misma noche su enemigo Ibn Dawud permite que unos sicarios entren en la cárcel y lo estrangulen. Sus hijos lo entierran en el cementerio de Fez…pero los mismos esbirros queman sus restos para que éstos jaman tengan el descanso eterno de los protegidos de Alá, el peor de los destinos según el Corán. Sus libros son también quemados.
Así terminó Al Jatib, el hombre de las dos vidas, el doble visir, el hombre de los dos visiratos, el hombre de las dos tumbas, el Lisan al Din: predicador de Dios…Desde el firmamento del Poder casi absoluto quedó perdido en las cenizas de la extinción y la muerte a los 61 años, corría el 1374.
Ahora los traductores se queman las pestañas vertiendo a nuestros idiomas su inmensa obra que lo abarcó todo: la historia de los reyes granadinos, las biografías de los hombres ilustres de Al Alándalus…los tratados sobre todas las ciencias entonces conocidas, los felices y enjundiosos viajes… No sin dificultades pues su empeño en escribir en prosa poética, en urdir un estilo propio, alambicado y primoroso, es una tarea tan ciclópea como apasionante que aún tardará años en culminarse.
OBRA:
De su extensísima e inabarcable obra recomendamos para empezar:
Explendor de la luna llena sobre sobre la dinastía nazarí. Ed. Ugr.
Foco de antigua luz sobre la Alhambra. (Traducción de E. García Gómez)
Ed. Cuadernos de la Alhambra.
El cautivo de la Alhambra (novela de Marceliano Galiano). Ed.
La Ihata. (Archivos)
Al Jatib y el sufismo. (Emilio de Santiago Simón).
Mujajafarat Malaka wa Sala. (en Archivos)
Ibn Al Jatib. Emilio Molina López. Ed. Comares.