“De aquella vista buena y excelente/salen espíritus vivos y encendidos/,y siendo por mis ojos recibidos/, me pasan hasta donde el mal se siente/…
(Garcilaso de la Vega, Soneto Vlll)
Varias efemérides de alto nivel histórico sucederán en el año 1526 en la capital del antiguo reino nazarí que la pondrán en el mapa político del momento por su importancia y calado. Dos de ellas de singular relieve aunque por motivos diferentes si bien íntimamente relacionadas. Nos referimos a la llegada el 13 de marzo desde Sevilla del que será pronto Emperador Carlos V con su esposa Isabel de Portugal y el arribo también de un personaje singular, veneciano por más señas, que dejará una prometedora semilla literaria, además de una memoria-crónica de su estadía, de muy largo recorrido e importancia que aquí vamos a relatar.
En el primer caso, la cosecha monumental y artística fue extraordinaria pero no menos lo fue en el arte poético, pues nuestra ciudad fue cuna fundacional de la nueva poesía que cambiaría por completo el panorama literario de la época y será por más de un siglo santo y seña de la devoción europea y española.
Un numeroso séquito cortesano acompañará a la pareja real durante su estancia de más de medio año en el tornabodas de su reciente enlace en la capital hispalense creando no pocos problemas de acomodo y recepción -y algún sabor amargo-, aunque finalmente el caudal de inversiones y proyectos quedarán para la posteridad: hablamos de la voluminosa inversión edilicia y arquitectónica que aquí levantó el renacimiento: Catedral, Universidad, Chancillería, Palacio de Carlos V, etc. La visita viene precedida del deseo de Carlos de conocer y honrar a sus abuelos y ver de cerca las maravillas de los palacios árabes de las que tanto ha oído hablar. Luna de miel “a lo imperial” preparada al detalle por el Cabildo y la familia Tendilla, alcaides de la Alhambra y del Reino de la que los monarcas conservarán un recuerdo profundo e indeleble.
Grandes acontecimientos y preparativos se harán esperando su llegada y luego después: banquetes, cacerías, torneos, toros, recepciones y un sinfín de jolgorios y fiestas en las que asistirán de continuo, aunque sin olvidar las ineludibles tareas de gobernanza sometidas a una tensión extrema con varios focos críticos de conflicto. A ello sin duda obedece la convocatoria de un Cónclave Internacional de diplomáticos y Altos Dignatarios con fines geoestratégicos para discernir y señalar las líneas de la política internacional que pasan por momentos de gran inestabilidad. Llegarán por tanto a Granada los más conspicuos y preclaros hombres que Carlos tiene destinados en el mapa de sus reinos y aliados: venecianos, genoveses, milaneses, flamencos, germánicos, enviados del Papa, representantes americanos y españoles de sus diversos reinos.
De entre ellos, por su importancia política y no menos literaria e intelectual ANDREA NAVAGERO será un personaje a recordar para siempre en Granada, pues aquí dejó sembrada la semilla de la nueva poesía que arraigó con facilidad pasmosa en los estros de los dos grandes predecesores de la lírica del siglo de oro: Boscán y Garcilaso. Otras celebridades acudieron e intervinieron en tan importante cónclave como Bastasar Castiglione, autor de El Cortesano, Pedro Mártir de Anglería, Hurtado de Mendoza…, pero será Navagero, atento cronista -y un hábil transmisor de los intereses de la “Veccia Signora” veneciana- el que sembrará el huerto poético hispano con nuevas especies.
Hombre inquieto y culto no perdió la oportunidad de hacer partícipes a los poetas y artistas que deambulan por la corte de las nuevas rimas y estrofas que llevan ya decenios triunfando en Italia en tanto que las formas medievales retardatarias aún perduran en Castilla.
Bien aprovechó el tiempo el veneciano que aquí hará una exquisita muestra escrita de cuantos tesoros artísticos, monumentales o paisajísticos tuvo la suerte de visitar bien acompañado de los mejores cicerones: la familia Mendoza y la asimilada nobleza castellana residente en la capital. Así irá saboreando con amplio criterio y sabroso resumen, cármenes y palacios, antiguas almunias nazaríes, y casas nobles, los misteriosos palacios árabes o sus fabulosas huertas y jardines. Fruto de sus observaciones, tan amplias como perspicaces, hoy podemos leer un jugoso compendio de lo que aún era aquella Granada al inicio del siglo XVl y los últimos destellos de su pasado crepuscular ya en franca decadencia.
El Libro, de título “Viaje por España, 1524-26” y otras cinco cartas de viaje bien merecen una lectura atenta pues en encontraremos mucho y muy buen repertorio de las bellezas perdidas y también información sobre los acontecimientos cortesanos que se sucedieron en aquella Corte ambulante que fantasiosamente los granadinos de entonces pensaron -o más bien desearon- que podría asentarse en la antigua capital nazarí y devolverle las glorias pasadas.
En ese ambiente protocolario y festivo Navagero no tarda en entrar en contacto con Boscán y de forma indirecta con Garcilaso, dos poetas cortesanos preeminentes, conocidos por sus muchos lances de letras y de armas, afamados por su curriculum militar y su presencia en batallas conocidas en el ejército de Carlos V tanto como por sus lances de amor y espada: El endecasílabo, el soneto, la lira, la octava real, el terceto encadenado, la canción…comenzarán a sonar por primera vez en castellano en la ciudad de la Alhambra.
Los dos, que han viajado mucho y leído más no tardan en aprender la nueva métrica y los nuevos contenidos que atraerán a los artistas de la época y darán un vuelco a la lírica tradicional para abrir la puerta y entrar de lleno en la senda del Siglo de Oro.
Sea que en los ratos libres que dejaban los cónclaves y reuniones y aún las cacerías y festejos, Boscán y Navagiero conversaron felizmente de estos afanes en los jardines del Generalife y el verbo convictivo del veneciano no necesitó mucha facundia para convencer a Boscán, su primer interlocutor, poeta de fina fibra, dominador de idiomas, conocedor de toda la poesía hecha hasta entonces, de las maravillas de las nuevas trovas y que éste no tardara en dominarlas y compartirlas con el caballeresco Garcilaso haciendo un tándem primigenio que alumbrará por siglos los rincones de la lírica española.
Los dos eran personajes admirados y reconocidos en la Corte, los dos cómplices de las batallas caballerescas de idealizado heroísmo y platónico sentir trufado de veleidades guerreras y son bien conocidas, por esos días, las idas y venidas de Garcilaso y su embeleso por una dama portuguesa, -dama de Isabel de Portugal- llamada Isabel de Freire y que tras sus faldas se incendió su compostura en un platonismo sin descanso en el que encajaban felizmente las métricas de Dante y Petrarca. Tan petrarquista como Petrarca, a su espaldas llevaba ya un matrimonio con dos hijos, un hijo natural, decenas de amoríos sin retorno y una fidelidad al modelo de caballero de la época, mitad poeta y mitad soldado. Como Boscán, sentía inclinación por lo natural y lo sencillo y tenía un conocimiento sobrado de la antigüedad clásica que era todo lo que requería la composición aconsejada por Navagero: la naturalidad, la huida de la afectación, el aprecio por el amor humano, la influencia del paso del tiempo, el carpe diem.
El lugar de los encuentros, el Generalife. Tal como contó después Boscán en su epístola a la Duquesa de Soma. Espacio privilegiado y testigo germinal de los nuevos aromas y colores que reclamaba la poesía de su tiempo y sin duda el paraíso de jardines y agua y vegetación del entorno ayudó a nacer la nueva y fresca poesía castellana.
Garcilaso muere muy joven en Niza, en 1636, con treinta y cinco años, después de asaltar la fortaleza de Le Muy, sin casco ni armadura de protección. Una pedrada brutal le hace sufrir una herida de muerte al asaltar la torre y días más tarde muere.
Galante, buen músico y fácil conversador, allí dejó de contar sus días y sus glorias de testigo de la boda del Emperador, partícipe en la guerra de los Comuneros, de su buena estrella en Nápoles. Su caballeresca biografía y obra se convierte en modelo para todos los que vinieron detrás: Gutierre de Cetina, el portugués Sa de Miranda, Jorge de Montemayor y luego Aldana y Herrera y Fray Luisa de León o Juan de la Cruz… Será precisamente la esposa de Boscán -muertos ya ambos- Ana Girón de Rebolledo, la que publique la obra del primero, “Las obras de Boscán con algunas de Garcilaso”: 38 sonetos, 3 églogas, 2 elegías, 5 canciones y una epístola bastaron para hacer inmortal a Garcilaso. Boscán le acompaña en el Olimpo.