Esta es una historia insólita de superación personal -y de buena estrella- que convierte la biografía de un proscrito por su raza y color de piel en un personaje descollante nada menos que en el siglo XVl, en plena vorágine obsesiva por “la limpieza de sangre”. Nos referimos al “negro Juan Latino” o Juan de Sessa, que era su verdadero nombre.
Nació Juan esclavo, de origen etíope, en 1518, y vino a caer en el seno de la familia del Gran Capitán y, -tenacidad mediante- e inmenso talento, consigue sortear todas las dificultades de raza, clase y sobre todo de religión para llegar a ser un personaje con mayúsculas, tan famoso como sabio; virtuoso, erudito y respetado diplomático que desde el ínfimo origen de esclavo escala en consideración hasta ser conocido por medio orbe europeo de las letras.
Este Juan Latino, o Juan el negro, era hijo de esclavos abisinios, cantera de los implacables traficantesesclavistas portugueses de la época. Parece que su peripecia vital se inicia en la Lisboa a donde su madre es trasladada por fuerza y vendida en el catolicísimo mercado sevillano en el que será nuevamente vendida al convento de San Francisco para terminar, revendida por cuarta vez a la Casa de Aguilar, en Baena. Nada sabemos de su progenitor pero su biografía, la de Juan, lo hace nacer en Baena, en la casa de la Duquesa de Sessa, entre los nietos del Gran Capitán, donde se le hará crecer predestinado al cuidado de las caballerizas y otros humillantes servicios. Su precocidad e inteligencia le irán salvando de esas tareas pues ya se cita desde su infancia la intimidad en los juegos con el primogénito de los Duques al que acompaña desde pequeño en sus avatares, señuelos y correrías. La madre servirá como esclava y al hijo se le destinará a las tareas más serviles pero veremos que pronto su buena disposición le pondrá en el camino de llevar otra vida muy distinta sabiendo aprovechar sus oportunidades paso a paso pues hasta su muerte en 1596 la carrera de Juan de Sessa comportará todos los signos de un portento fuera de lo común, tan inverosímil como real, del que vamos a dar cuenta.
La aristocrática familia se traslada a Granada, y el niño Juan con el apellido añadido de sus propietarios, los Sessa, se convierte en paje inseparable del rico heredero. Los prejuicios ultrarreligiosos del momento llevan a bautizarle cinco veces, según cuentan las crónicas, por “ser los negros muy propicios a los demonios y no estarse nunca bien seguros de sus maquinaciones”. Pero sus relaciones amigables hacen que éste reclame su presencia continua de modo que se hacen tan amigos como inseparables. En Granada ha de acompañarle al Colegio obispal de Santa Catalina con los libros e intendencia y esperar a sus recreos y salidas para servirle en cuantas necesidades se le impongan. En este Colegio los hijos de nobles reciben lecciones de gramática, retórica, historia, y teología y se les prepara para los Altos Cargos cortesanos. El imberbe Juan escucha emboscado tras las puertas las lecciones de Pedro de Mota y las memoriza y recrea con tal lucidez que más tarde repasará y tomará las lecciones a su propio Señor. Y aquí empieza su recorrido formativo, pues tan buena nota tomaba de todo y tan aplicado era que aprende a un ritmo tan insólito que el pequeño duque no puede prescindir de su ayuda.
Aprende así, a la chita callando, latín, griego y poesía y se distrae también componiendo música y tocando varios instrumentos hasta hacerse un virtuoso. Su colaboración en los estudios del duque y la llaneza de trato coadyuvan a separarlo de la servidumbre prevista y el amo le exonera de tareas serviles dejándole tiempo para el estudio al paso que se convierte en su fiel escudero y acompañante en lances retóricos o sociales. Finalmente le autoriza a seguir los cursos reglados del Colegio y se convierte así en una celebridad por su mucho aprovechamiento y buen aprendizaje.
A los 30 años, (pasó tiempo), su protector lo manumite definitivamente y le ayuda con una mediana renta de dos mil escudos de oro a su independencia y así se convierte de hecho en Juan de Sessa (o el negro Juan Latino para todo el mundo), latinista, poeta y músico reconocido con todos derechos civiles que marca la ley del momento. Acudirá con el Duque, hombre aficionado a las Letras, a las tertulias de la Casa de los Tiros, (Cuadra Dorada) y será solicitado para lances poéticos y musicales y en algún caso para arreglos de amor o mediación en disputas familiares entre nobles. No era asunto fácil entrar en estos templos intelectuales de la época pues en estas elitistas tertulias se sometían a prueba imitaciones de los grandes autores latinos: Horacio, Cátulo, Virgilio… y Juan Latino ha de sobresalir entre sus contemporáneos lo bastante como para ser admitido. Pero sí, por su pulcritud y extenso dominio de las letras clásicas se hace un hueco en tan subida tertulia, a la que concurren personajes como Bermúdez de Pedraza o los Granada Venegas, Barahona de Soto, Diego Hurtado de Mendoza, aunque no sin envidias de sus contertulios y rivales que lo satirizan en versos infames.
Un nuevo golpe de suerte acaecerá en su vida: el Administrador de las Cuentas del Arzobispado requiere un músico para enseñar a su hija, Elvira de Cardedal o Carvajal, según otros, las artes de la música. Alguien recomienda al negro Juan y la joven melómana acude a sus clases, a lo que se ve con buen aprovechamiento, que no tardando mucho queda atrapada en las mieles y encantos de Juan y termina enamorándose perdidamente de él acabando el embeleso en una sonada boda que hará a un más insólito el recorrido del personaje pues la bella Elvira estaba prometida nada más y nada menos que a D. Hernando de Válor, el que será después Abén Humeya, reyezuelo morisco en la rebelión y guerra de las Alpujarras. Parece ser que la boda no pudo evitarse por algún hecho consumado…
Ello coincide con su nombramiento como Maestro de la cátedra de gramática y latín por parte del arzobispo Pedro Guerrero que le entrega así la joya de la corona del Colegio. Su rareza es conocida por cortesanos y artistas que se hacen de cruces ante el talento de este “negro de llamar la atención como mosca en leche”.
La guerra de las Alpujarras le pilla de lleno en plena madurez. Amigo del halcón Deza, Presidente de la Chancillería, y asesor del Duque, no debió resultarle de fácil digestión el embate cruel y terrible contra la minoría morisca, pero está instalado ya en el corazón de la nobleza cristiana granadina y se le reclama colaboración y asentimiento. En este contexto llega a presencia del mismísimo Don Juan de Austria, ganador de la Guerra de las Alpujarras y eximio general vencedor de la Batalla de Lepanto.
En su homenaje construye el gran poema épico LA AUSTRIADA en 1834 hexámetros latinos que obtienen aprobación de los expertos y eruditos. Se lo dedica por su victoria en la batalla de Lepanto aunque cuidándose bien de no dejar en la sombra a Felipe ll, beneficiario máximo de la batalla. Más tarde interpone, por petición del Cabildo de la Capilla Real, un ruego para evitar el traslado del panteón de la Capilla Real al Escorial (DE TRASLATIONE CORPORUM REGALIUM) vaciando casi por completo el testamento de Isabel la Católica , y con gran sutileza evita el traslado de los restos de, al menos, los RR. Católicos, de Felipe y Juana y el infante Miguel, que aún se mantienen en la cripta pese a todo, aunque no lograr evitar el acarreo del resto de miembros de la familia de Felipe ll, madre y dos hermanos. Deja escrita una más que respetable obra latinista como los “Seiscientos apotegmas y otras obras en verso”.
Muere como una celebridad:, Cervantes lo cita en su Quijote y Lope lo encomia. Se hacen eco de sus cualidades y del milagro de que un negro hubiera llegado tan alto. Ximénez de Enciso escribe una obra de teatro sobre el personaje. Se convierte en el símbolo de la fuerza de voluntad y de la tenacidad para conseguir los más amplios objetivos.
Tras largos años de felicidad matrimonial y acomodo social le llega la hora de partir: compra, como era costumbre entre los nobles, sepultura y capilla en la iglesia de Santa Ana y se hace enterrar con todos los honores y reglamentos; y ahí debería reposar si allá por los mediados del siglo XlX con las nuevas disposiciones higiénicas que obligaban a sacar los cementerios de los templos no se perdieran sus huesos en la fosa común de la parroquia.
Ya de sus glorias solo se hacen ecos las crónicas antiguas, que no es poco.